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Por: Carlos Montalván Sánchez  

Somos herencia de un pueblo glorioso y enigmático, de repunteros que dominan a los toros bravos, amansan caballos chúcaros y mulas briosas.

Somos una tierra de hombres y mujeres que han dominado la jalca en armonía perfecta con la cahua, el junco, las águilas, el cóndor, los venados, las vizcachas y el dulce trinar de los pichuchancos.   

Descendemos del bravo poblador calipuyano que recorre el temple cuidando su ganado y los guanacos, aunque tengan la amenaza del puma, los osos o la mirada vigilante del astuto zorro. 

Agricultor, leñador y repuntero, danzante de los indios y del quishpe cóndor, devoto de Coluno y La Catalina, temeroso del ‘pachaiquino’ y el ‘currubano’ pero desafiante de la vida como ‘penitente’.  

Nuestro pueblo por siglos ha sido postergado y manejado desde la política centralizada, negándonos el derecho de decidir autónomamente sobre nuestro territorio, pero no nos han quitado nuestro libre pensamiento, nuestra identidad calipuyana y las ansias de vernos un día siendo un distrito.

Creemos que ha llegado el momento de fortalecer nuestra identidad como hijos calipuyanos. No importa si resides en Santiago, Trujillo, Chao, Chimbote, Lima o el resto del mundo; si eres de tal o cual partido político; si eres doctor u orgullosamente campesino; tampoco importa si eres católico o protestante; lo trascendental es que nos sintamos e identifiquemos como calipuyanos progresistas que buscan el bien de nuestro territorio.

Para hacer efectivo dicho progreso necesitamos conocer nuestra historia, forjar nuestra identidad, revalorar y mantener nuestras tradiciones y cultura; en tal sentido es nuestro compromiso y el compromiso de todos los calipuyanos desprendernos de todo lo negativo para conseguir la unidad y forjar un Calipuy mejor.